La utilización del televisor en los conventos es un devastador medio de relajación de las órdenes religiosas. Si se utilizara de vez en cuando, para ver alguna película edificante o algún documental instructivo, su uso podría considerarse aceptable. Pero, en ciertos lugares, la TV es utilizada frecuentemente de manera indecorosa, convirtiéndose en el cáncer de las comunidades religiosas. Viendo ciertos programas televisivos se corre de verdad el riesgo de disipar el espíritu de fervor, mortificación, devoción y penitencia. Muy a menudo, las películas cuentas historias llenas de intrigas, chantajes, venganzas, pasiones, ligues, traiciones, y muchas cosas más que representan lo peor del mundo. Por no hablar de esos programas que exhiben mujeres vestidas de forma desvergonzada. Estas cosas no son para nada edificantes, y acaban inevitablemente por relajar el espíritu religioso.
Es una lástima: si alguien hace notar a los consagrados relajados que sería mejor apagar la tele, corre el riesgo de que le acusen de ser una persona demasiado intransigente. Afortunadamente, en las órdenes religiosas de estricta observancia, no hay televisión o, en el caso de que la hubiera, se utiliza raramente y con extremada prudencia. En estas comunidades, la información sobre lo qué ocurre en el mundo llega a través de revistas y periódicos católicos.
Deberíamos pedir a Santa Teresa de Lisieux que interceda para aquellos pobres religiosos que viven de manera relajada su vocación.