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viernes, 12 de julio de 2013

Vivir en un monasterio

He recibido una hermosa carta vocacional que quisiera hacerles leer.

Queridísimo hermano en Cristo,
                                                     soy una joven de 22 años, me llamo [...] por motivos de estudio vivo en [...], frecuento de hecho el tercer año de la facultad de enfermería... 
Hace algunos días conocí tu blog... Desde que era niña le dí mi corazón a Jesús deseosa de pertenecerle a El para siempre; siempre creí que un día entraría en alguna Orden religiosa pero no lo pensé mucho; mi pequeño voto personal hecho a Jesús y la vida que llevaba en la parroquia me bastaban, pero creciendo comencé a comprender que no podía ser siempre así y por esto comencé a rezar por mi vocación. Hace un año conocí un joven sacerdote [...] con quien ha nacido una hermosa amistad y gracias a él comencé a comprender mi vocación. El pasado mes de junio, después de tanta resistencia de mi parte ha logrado que participara de una Misa que él celebraba en un Monasterio de Monjas Carmelitas de [...]. Viéndolas a ellas, sentí claramente dentro de mi, que eso es lo que Jesús quería para mí, pero al inicio no podía aceptar ser llamada a este género de vida que hasta el momento ni siquiera conocía. Recién en septiembre pude hablar con este sacerdote de mi deseo de seguir a Jesús en un monasterio, pero él me aconsejó de terminar primero mis estudios y después decidir...

Durante estos nueve meses he sido cada vez más conciente de mi vocación, aunque permanece la duda de cuál pueda será la Orden conveniente para mí. Me han atraido mucho los Santos Carmelitas y esto me lleva a pensar que Jesús me está llamando al Carmelo. Estoy segura que en el momento decisivo de la elección será Jesús mismo a darme entender donde seguirlo, pero lo que más me tormenta es el hecho de que durante todo este tiempo no he podido hablar aun con mi familia. Se que su reacción será muy dura y esto me atemoriza. De qué modo les puedo comunicar mi decisión? Como deberé comportarme frente a su reacción? Yo no tengo un carácter muy fuerte y tengo miedo de ceder frente a este obstáculo, aunque se que deberé superar tantos obstáculos para llegar a donde Jesús me quiere. Conoces algún sacerdote en [...] que pueda guiarme en mi elección ayudar? Quisiera finalmente que me acompañes con tu oración. Un abrazo fraterno en Jesús y María!


Queridísima hermana en Cristo,               
                                                      te agradezco de corazón, he quedado muy edificado al leer tu hermosa carta vocacional. Graduarse en enfermería significa tener gran probabilidad de encontrar un honesto puesto de trabajo, pero para mí es verdaderamente de consuelo el saber que estas dispuesta a renunciar a todo para darte al Buen Jesús que es el fin último de tu vida. Has sido creada para conocer, amar y servir a Dios en esta tierra para después poderlo amar por toda la eternidad, después de la breve peregrinación en esta tierra. Es emocionante pensar que una joven como tu, encaminada a una segura carrera de trabajo haya podido escapar de los engaños del mundo y haya comprendido que lo que importa de verdad en esta tierra es amar y servir a El solo, mientras todo el resto es vanidad de vanidades. De qué sirve tener un buen sueldo, un hermoso auto o casa lujosa, si el corazón es infeliz porque no ha respondido a la vocación del Señor?

Enseña S. Alfonso Maria de Ligorio que si una persona tiene vocación no debe confiarla a los amigos ni a la familia, porque estos, en general suelen opornerse tenazmente. Por lo que respecta la elección del estado de vida no debemos obedecer a nuestros padres, por lo tanto si es necesario deberás escapar de casa para poder abrazar la vida religiosa como han hecho Santa Clara de Asís, Santa Teresa de Jesús, San Gerardo Maiella e tantos otros santos. Te aconsejo de continuar conservando en máxima reserva tu deseo de donarte a Dios, se lo dirás a tu familia solo poco tiempo antes de entrar al monasterio. Si se enojan, permanece en silencio y después, cuando llegue día fijado de iras a escondidas. Es necesario estar dispuestos a cualquier sacrificio para hacer la voluntad de Dios. En este tiempo, cuando regrese a tu casa, trata de hacer una vida retirada. Tus padres, al ver que rezas mucho, que ya no tienes conversaciones mundanas; que no usas maquillaje ni vestidos provocativos; que no miras programas televisivos que disipan, que no frecuentas amistades frívolas, comenzarán a comprender que eres una persona “distinta” de las demás, y estarán un poco más preparados cuando les hables de tu deseo de abandonar el mundo. Después de muchos meses, cuando llegue el momento justo, les podrías decir así: “Querida familia, les tengo que dar una hermosísima noticia.

Cada ser humano sobre esta tierra está en busca de su felicidad. Algunos piensan en encontrarla en las riquezas, otros en las discotecas, otros aun en el matrimonio. Despues de muchos meses de reflexión y algunos periodos de experiencia vocacional en un monasterio, he comprendido que mi felicidad está en vivir unida al Buen Jesús, por lo tanto he decidido abrazar la vida monástica...” Pero si piensas que tu familia enojarán y te maltratarán ciertamente, entonces no conviene decirles nada, sino dejarles una carta donde escriberás las cosas que te he sugerido antes , y después podrás irte a escondidas. Pero ahora la prioridad es otra, es necesario discernir si Jesús te desea en una Orden de vida contemplativa o de vida apostólica, después de lo cual será necesario comprender cuál Orden o Congregación a la cual eres llamada. El hecho de que eres una estudiante “fuera de serie” es una gran ventaja para ti, porque en estos meses que te separan de la graduación tienes la posibilidad de hacer breves experiencias vocacionales sin que ti familia se den cuenta. Si las religiosas de [...] te han atraido por su devoción, entonces puedes llamar o escribir a este Carmelo para pedir pasar algún día en su monasterio para meditar y reflexionar sobre tu vocación religiosa. Mejor para ti que has comprendido estas cosas, o sea, la importancia de cumplir la voluntda de Dios, aun a costa de encerrarte en un monasterio. Cualquier cosa con tal de vivir con Jesús! Pero ahora tienes que prepararte para el combate espiritual.

El siempre actual catecismo de San Pio X enseña que con la Confirmación has llegado a ser una perfecta cristiana y soldado de Jesucristo, o sea que el Espíritu Santo te da la fortaleza necesaria para superar cualquier dificultad espiritual. ¡Coraje! Esta vida es solo una prueba, debemos demostrar a Dios de amarlo verdaderamente y por amor suyo debemos estar dispuestos a superar cualquier prueba. Recuerda siempre lo que decía San Francisco: “¡Tanto es lo que espero, que toda pena me es querida!”

Permanezco a tu disposición para cualquier otra consulta y aprovecho la ocasión para animarte en tu hermoso propósito de consagración religiosa. Te saludo cordialmente en Cristo Rey y en María, Mediadora de todas las gracias.

Cordialiter

miércoles, 10 de julio de 2013

Conversión de una joven


Publico una carta que me escribió una joven.

Saludos, hermano en Cristo, ¡alabado sea Jesucristo!

Mi nombre es [...] y tengo 17 años, vivo en México. Me encanta leer tu blog y aunque temí y dudé mucho si debía o no escribirte me he decidido por fin a hacerlo para la mayor gloria de Dios. [...] Antes de ponerme a escribir le he pedido mucho al Señor y a María Santísima no escribir nada inapropiado y que el espíritu santo sea quien me inspire las palabras precisas. Bien, primero hablaré de mi conversión.

Yo, como san Agustín, era una grandísima pecadora, una blasfema. A los 14 años por la influencia de ciertos amigos y también a causa de lecturas obscenas (en aquellos tiempos yo me afanaba mucho en cumplir mi deseo que tenía desde los 8 años: ser una gran escritora, y por leer cuanto libro caía en mis manos terminé por pervertir mi corazón, leí no sólo filosofías extrañas y ateísmo sino también novelas inmorales, tantas ideologías corrompieron mi fe sencilla de niña). Pronto me declaré atea y mi frase favorita era “no hay Dios sino el hombre”, además alguien me dio un libro muy lujurioso que me hizo caer en pecados graves contra la pureza. Cambié muchísimo, antes de todo eso yo era una niña con una “fe normal”, una niña inocente y buena que sólo quería escribir. 

Pues bien, hoy agradezco a Dios que me preservó de caer en cosas aún peores. Seguí leyendo a los filósofos ateos y me decidí a estudiar un día filosofía y letras, escribía mucho, me hice adicta a las lecturas inmorales que antes me asustaban y daban asco, y hasta cometí actos impuros, me rebelé contra todo y en especial contra la religión. Sentía repugnancia y odio hacia la Iglesia Católica, y no creía en Dios en lo absoluto. No pisé la casa de Dios en mucho tiempo. Así transcurrió el tiempo, y me hundía cada vez más en la inmundicia y el pecado, me perdía cada día más en la oscuridad. Aclaro que desde que tengo memoria sentía en mi interior un pequeño vacío, una especie de hoyito en el corazón, algo sentía que me hacía falta, algo que debía descubrir; a veces en la soledad y el silencio me sentía con “nostalgia” pero no sabía de qué. Me sentía vacía. Pues con tantas miserias y por llevar una vida tan disipada, acabé por agrandar el hoyito en mi corazón y después de un tiempo y de que sucedieran en mi vida algunas desgracias, me sentía tan triste, vacía y miserable que apenas podía soportarlo (no sé cómo fue que no me suicidé). Por aquellos días un profesor de secundaria ya no regresó de las vacaciones, murió de repente y yo quedé muy impactada con la noticia. No era un profesor a quien yo quisiera mucho pero me había dado clase y me sentí triste por él. Me puse a pensar que yo vivía como si nunca fuera a morir y sin embargo un día mi vida terminaría y… ¿habría vivido sin sentido y sólo por instinto como un animal? No, sin duda no quería eso, yo vivía sin felicidad verdadera y de manera hedonista. Pero eso debía cambiar. No sabía cómo. Pero Dios tuvo misericordia de mí, a pesar de haberle ofendido tanto, y puso en mi camino a dos personas muy especiales. A los dos ya los conocía hace tiempo pero nunca había tenido amistad con ninguno. Eran mis compañeros de secundaria. Ellos me hablaron mucho de Dios pero yo los ignoré al principio, me invitaban de vez en cuando a los retiros de grupos juveniles. Si ellos me ayudaron a encontrar a Dios no fue tanto por sus palabras sino por su ejemplo. Discutíamos a veces sobre Dios y la religión. Pronto me enteré de que mis dos amigos querían irse al seminario y allí comenzó mi inquietud: me pregunté mucho ¿por qué? ¿Por qué los dos siendo tan jóvenes querían ir a “encerrarse” y a “perderse de tantas cosas”? ¿Qué tenía de atractivo el seminario y por qué iban a entregar sus vidas a algo que no existía según mi opinión?  Poco a poco me fui percatando de que al perder mi fe, había perdido también el sentido de mi vida. Por eso es que ya no soportaba vivir. Me di cuenta de que me estaba muriendo de sed y hambre a la mitad de un desierto. Pero Dios me envió su maná. Me envió a Cristo, su hijo. Me sentía tan devastada que no pude hacer más que llorar y echarme en los brazos de Dios, pedirle perdón y suplicarle su ayuda. Eso no fue en un momento específico sino que duró un tiempo, fue un proceso en el que sufrí mucho. De pronto caí en la cuenta de lo horrible de mis pecados, fue un arrepentimiento doloroso y verdadero, lloré bastante. No podía creer las aberraciones que había cometido. Tenía el corazón contrito. Leí un día el famoso poema “no me mueve mi Dios para quererte” y se puede decir que así reencontré el sentido de la fe (que como fin principal no está el de salvarse por miedo al infierno, sino AMAR A DIOS y comprender su amor por nosotros en el sacrificio en la cruz). Supe que en realidad siempre creí en Dios, yo sabía que en el fondo de mi corazón él estaba oculto pero era soberbia con mis conocimientos científicos y filosóficos. Como mi corazón estaba inquieto y ávido de tener a Dios, de que él fuera mi alimento, me puse a leer un poco sobre cosas espirituales. Rechacé todos mis libros obscenos y ateos que no he vuelto a leer y que pienso quemar pronto. Dios fue el único ser capaz de llenar mi corazón y de hacerme feliz. Mis amigos futuros seminaristas llevaban a veces a la escuela revistas católicas y me las prestaban, yo leía testimonios muy bonitos y veía fotografías de religiosas misioneras en África, lo cual me llamó poderosamente la atención. Nunca antes me habían atraído las monjas pero al verlas gastar sus vidas a favor de los más pobres y por amor a Jesucristo, sentí cierta atracción a ese estado de vida. Aunque así lo dejé porque yo no quería ser monja sino una gran escritora y filosofa. Conforme me daba cuenta de la grandeza de Dios, y conforme comprendía la fe, me sentía más indigna y arrepentida. Comencé a ir a misa y trataba de rezar. Un día uno de mis amigos (ahora seminarista) me dijo: oye, ¿no te gustaría ser monja? A lo que yo respondí algo molesta: claro que no, eso sería lo último que yo sería. No lo quise admitir pero con su propuesta me emocioné un poco, aunque no me comprendía: quería y no quería, ser religiosa me atraía pero a la vez más repugnaba. Yo tenía muchos prejuicios contra las monjas y la iglesia, era muy ignorante aún sobre religión. Pero Dios seguía insistiendo, por las noches yo rezaba y me parecía que el Señor me pedía que fuera sólo de él, yo luchaba interiormente con él y con mis sentimientos pues me negaba a renunciar a mi gran pasión de escribir. Un día platiqué con una maestra de mi secundaria (faltaban meses para acabar la secundaria) y me dijo que ella tenía una prima y una hermana religiosas. Yo me entusiasmé y ella que lo notó me dijo: te pondré en contacto con mi hermana. Dije a mi maestra: mi mamá no va a querer. No sé porqué lo dije, fue como un presentimiento que después se cumplió. Cuando vi que la maestra escribía un mensaje en su celular para su hermana me llené de espanto y me pasaron mil cosas por la mente: ¿qué le voy a decir a la religiosa? ¿Y ella que me dirá? Pero si yo antes era atea, soy una gran pecadora, no puedo ser digna de esto. Y por un momento de arrepentí y casi le dije a la maestra que no enviara el mensaje de texto. La monja (hermana de mi maestra) quedó de hablar conmigo en persona cuando viniera de vacaciones en diciembre al pueblo. Yo me sentí un tanto angustiada. En diciembre no pude conocer a la monja pero ella me mandó en su lugar a su prima, la madre María. Después de charlar con ella mi inquietud por la vida religiosa ya era como un aguijón difícil de sacar. Meses más tarde la madre vino a mi pueblo con sus novicias (la madre es hasta la fecha maestra de novicias) a organizar un retiro juvenil y me invitó. Yo quería y no quería ir. Cuando llegué no vi a las hermanas y sentí ganas de echarme a correr. Después de todo, ¿qué hacía yo ahí siendo tan pecadora? Pero apareció de pronto la madre y ya no pude huir. Me gustó mucho el retiro y me decidí a asistir al próximo pero ya no sola, invitaría  a mis amigos. Luego de unos meses me invitaron a otro retiro pero no ya juvenil ni en le parroquia, sino a un retiro vocacional en el convento. Acepté un poco temerosa pero también con grandísima alegría. Entonces enfermé de varicela un día antes del retiro y me quedé en casa llorando. Un mes después me invitaron a la previda religiosa y entonces sí pude ir. Fue una hermosa experiencia. Después de lo vivido, opté por seguir a Jesús de manera más radical  y me esforcé con todo para no volver a pecar contra la castidad con pensamientos, ni con lecturas y mucho menos con actos, y aunque las tentaciones eran fuertes al cabo de seis meses logré dejar todo tipo de lujuria. Me propuse ser casta y pura. Y Dios me dio su gracia para cumplirlo. Luego conocí a las monjas de clasusura e hice con ellas una experiencia. Me fascinó el claustro, no pensé que se pudiera ser tan feliz en un lugar como ese. Ahí sentí con más fuerza que nunca el llamado del Señor, ahí me convencí de ello. Platiqué a solas con una hermana, que me hizo algunas preguntas y me dijo: te he estado observando desde que llegaste y veo algo en ti, creo que tienes vocación religiosa, y la verdad me gustas mucho para Jesús. Yo pensé: ¡si supiera lo pecadora que fui! Le expresé que no me sentía digna de algo tan grande y le dije ¿usted cree que todos podemos ser dignos? Ella replicó: hija, humanamente nadie es digno de la vocación, pero a pesar de nuestras miserias Dios nos escoge y nos da su gracia. Mira, Jesús no quiere que seas de Juan, ni de Carlos, ni de Luis… Jesús quiere que seas sólo de él. Quise llorar, me sentí tan amada por Dios, tan feliz de su llamado, parecía que había sido el mismo Cristo y no la hermana quien me había hablado. A partir de entonces comencé a confesarme, a comulgar, a orar con frecuencia, a leer cosas edificantes, no faltaba a misa, y me sentía tan locamente enamorada de Jesús que ya no me importaba nada, ni siquiera mi gran pasión por escribir. Sólo lo quería a Él, a  Él buscaba siempre. Comencé a servirlo en algunos apostolados porque quería hacer algo por Él. Vi la película de Clara y Francisco y ardía en deseos de ser pobre, de no tener nada, de darlo todo, de vivir la castidad de manera más perfecta posible pues ahora me parecía hermosa. Leí la vida de santa Fasutina Kowalska que me anduvo persiguiendo hasta que le di el sí al Señor (por todos lados a donde iba me topaba con sus reliquias o con su foto) y luego leí Historia de un Alma, que me hizo crecer mucho espiritualmente y me transformó. A veces todavía tenía la tentación de creer que Dios no podía estar llamándome porque había sido atea y muy impura. Pero un día lo consulté con un sacerdote que me dijo que leyera la vida de san Agustín y que no temiera por mis errores del pasado pues “el Señor te quiere santa, y de las grandes” esto me consoló y cuando leí la vida de santa Teresa Benedicta de la Cruz me sentí muy identificada. Tuve varias experiencias místicas e hice una experiencia de semana santa con la primera congregación que conocí, luego de eso le dije a mis papás que me dieran su permiso para consagrarme a Dios… mi mamá lloró mucho y mi papá trató de convencerme de  que siendo laica también  podría servir a Dios. Un mes, y fui a la previda no sin dificultades. Por ser menor de edad y por no tener permiso de mis padres no pude ingresar en julio del año pasado a la congregación. Fue muy duro y lloré muchísimo. A veces aún lloró, me deprimí.

Hace no mucho que a través de una red social me comuniqué con un primo que vive en EUA y que tengo años de no ver. Me llevé una gran sorpresa cuando él me dijo que se iría a Italia a un seminario, me confió además que él era drogadicto y cómo Dios lo sanó y lo llamó para ser sacerdote. No podía creer que mi primo estuviera en una situación tan similar a la mía!!!

Ahora estoy en la noche oscura aprendiendo a sufrir por amor (lo cual me ha costado mucho) y con la certeza de que Dios me está purificando para después poder ingresar. He conocido varias congregaciones pero aun no me decido por alguna. Hoy trato de evangelizar a muchos de mis compañeros de preparatoria ya que la mayoría son ateos o católicos no practicantes. No ha sido fácil vivir la noche oscura pero los escritos de san Alfonso María de Ligorio sobre la vocación, y las vidas de muchos santos me han sacado adelante. Después de mis horrorosos pecados del pasado, hoy soy muy feliz al lado de mi Señor, a quien amo por encima de todo y a quien pienso entregar mi vida entera. Quisiera que todos los que son como era yo, lleguen a conocerlo y amarlo. Quiero seguir sufriendo por Jesús y quiero ser santa. Actualmente le pido que me de la gracia de compartir con él la cruz y que me muestre la congregación que él desea para mí. Quiero morir diciéndole que lo amo, y quiero amarlo hasta el extremo, hasta con la ultima fibra de mi ser.

Hermano, muchas gracias por tu blog y por leer esto, Dios te bendiga… Oro por ti.